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¡Las abejas son insectos fascinantes!

Y no solo por su organización social y su capacidad para producir miel, sino también por su biología única. Uno de los aspectos más llamativos de su anatomía es la presencia de dos estómagos, cada uno con funciones bien diferenciadas y especializadas.
El primero, conocido como estómago melífero o buche, no participa en la digestión de alimentos. Su función principal es almacenar y transportar el néctar recolectado de las flores durante los vuelos de forrajeo. Este órgano actúa como un depósito temporal donde el néctar comienza a transformarse gracias a la acción de enzimas como la invertasa, que inician la descomposición de los azúcares complejos en formas más simples. Este proceso es esencial para la futura conversión del néctar en miel dentro de la colmena.
El segundo estómago, denominado estómago digestivo o ventrículo, es el encargado de la digestión real de los nutrientes que la abeja necesita para mantenerse activa y saludable. Aquí es donde se descomponen los alimentos como el polen o el propio néctar, cuando la abeja necesita energía inmediata y donde los nutrientes son absorbidos por el organismo.
Una característica interesante es que la abeja puede regular el uso del néctar entre ambos estómagos. Si necesita energía durante el vuelo, puede transferir parte del contenido del estómago melífero al digestivo. Si no lo necesita, el néctar es llevado íntegramente a la colmena, donde será regurgitado, deshidratado y finalmente convertido en miel.
La existencia de dos estómagos en las abejas es un claro ejemplo de cómo la evolución ha moldeado su cuerpo para adaptarse a un estilo de vida complejo, colaborativo y altamente eficiente.