Connect with us

Entérate

—Tráeme, por favor, a mi Blanquito. Para despedirme…

Published

on

Compartir Aquí

Pero No lo traigas a la fuerza, explícale. Él lo entiende todo —rogó el padre.

El hijo asintió y fue en busca de la mascota. Blanquito, el viejo perro blanco, casi ciego, había sido el único compañero fiel de su padre enfermo. Cansados de la vida, se acompañaban día y noche. Era hora de decir adiós.

Cuando el hijo regresó, el padre apenas podía alzar la cabeza. Sus manos temblaban sobre la sábana mientras decía palabras inaudibles. Sus ojos, llenos de dolor y amor, aún buscaban algo.

El hijo colocó a Blanquito sobre la cama.

—Despídete, Blanquito… —susurró el hijo, con la voz rota.

Blanquito no necesitaba palabras. Avanzó con paso firme, como si aún pudiera ver, y se acurrucó contra el rostro de su amado humano.

—Blanquito… mi querido Blanquito… —murmuró, casi sin aliento.

El perrito frotó su hocico contra sus mejillas, buscando el calor que se desvanecía. Y de sus ojos, brotaron lágrimas reales.

El padre, con un esfuerzo inmenso, levantó una mano temblorosa y la posó sobre el suave pelaje blanco. Los dedos apenas se movían, pero Blanquito podía sentirlo… -el calor, el amor de aquel hombre, y su desesperación. Se quedó allí, pegado a él, como si quisiera detener el tiempo.

El hijo observaba, llorando sin control. Nunca en su vida había presenciado algo tan triste y bello al mismo tiempo. El amor más puro llenaba la habitación.

—Gracias… por todo… —susurró el padre mientras su mano quedaba inmóvil. Blanquito no se apartó. Siguió abrazándolo como si supiera que si soltaba al hombre, este se iría para siempre.

El silencio se apoderó de la habitación. Solo se oía el llanto suave del perro, como si intentara retener la vida de su amigo con su voz.

El hijo se sentó al borde de la cama y cubrió la mano fría de su padre con la suya.

—Papá… Estamos aquí. No estás solo.

Blanquito siguió acostado sobre el padre, sin moverse. Su pequeño corazón estaba roto. Luego, levantó la cabeza y aulló débilmente, breve, triste, como si lo llamara. Como si pidiera que regrese.

El hijo se quedó inmóvil observando cómo Blanquito se acercaba al rostro de su padre, lamía sus párpados, y luego volvía a abrazarlo con todo su cuerpo. Como si quisiera absorber todo el dolor y el frío que ya nadie podía detener.

—Él ya partió, Blanquito… —susurró débilmente.

Pasaron minutos, horas. El tiempo se detuvo. Aquella noche el hijo comprendió que el amor puede ser tan puro, tan verdadero, que ningún idioma podría describirlo, que no necesitaba de palabras.

Cuando amaneció, Blanquito seguía acostado al lado. No había abandonado. Permaneció en su puesto, protegiendo el último silencio de su amado humano.

El hijo, alzó al perro en brazos. Blanquito suspiró y se quedó quieto. Había cumplido su misión. Hasta el final. Para siempre.

El amor de una mascota es uno de los más puros que existen. No te habla con palabras, pero te lo dice todo con la mirada, con la forma en que te espera, con cómo se acurruca a tu lado sin importar si estás feliz o roto por dentro.

Hay quienes dicen: “Es solo un perro, ¿por qué tanto amor?”, pero no es solo eso. Es parte de tu vida, de tu historia, de tu corazón. Está cuando todos se van. Te acompaña en el silencio, en la risa, en el llanto. No te juzga, no te falla. Solo te ama.

Por eso, abrázalo más, cuídalo siempre, míralo a los ojos y dale gracias. Porque su amor es un regalo que no dura para siempre… pero se quedará en tu corazón toda la vida.

Fuente: Frases Diarias

Continue Reading
Click to comment

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

en_USEnglish